Y
me pregunto porqué asalta la luna en estas noches de primavera con un semblante
dulce, padrastro del optimismo, y otro punzando la melancolía, simulando a la
marchita rosa que clava su espina en la mano confiada que la acoge entre sus
dedos, esperando de ella que perdure su olor y color rojo intenso.
Esta
luna que me da vida y, al mismo tiempo me la quita… Construyo párrafos para
encontrar el camino que me salve del laberinto de mi rompecabezas interno, y
hallo a la luna en mi ventana pidiéndome un áspero artículo que desvele el
recorrido de mis pensamientos. Pero estos van tan rápido, tan veloces… que me
pierdo en los sucesivos intentos.
Ignoro
si busco una segunda oportunidad. Dudo si tuve una primera. Siento un repentino
escalofrío por miedo a dar paso al futuro. Y no puedo llorar esta noche, aun
teniendo a la luna presente, porque la química de la felicidad me impregna de
tal manera que me ciega el ego sin dejar paso a aquel olvidado pasado que
todavía es presente.
Mi
morena piel absorbe la dicha y saluda al sol dándole la bienvenida. Hoy cruzo la
línea de los sueños, como tantas veces hice, rápidamente y, sin sueño, me
entrego a la noche.