Y
es así como la jarra se bendijo y rompió con el hechizo de la ira. Sí, perdió
su fuerza al ver aquel rostro que, roto por sus ojos humillados, escupió el
consuelo y la comprensión. Y es que no hay mayor satisfacción que el verse
tranquilo aun rendido por la flecha que inició la guerra. No hay mayor consuelo
que el reconocer que nunca seremos abandonados por nosotros mismos.
Aquel
rostro me mostro entre sus lágrimas que, aún inocente, sintió que podía vencer.
Y venció. Sudó cada gota de su sangre para dejar marcharse a la ira y regenerar
otra sangre…, ya sin rencor.
Su
cuerpo sin fuerzas sanó pero, no quiso perder la inocencia, ya que esta fue la
que le permitió sobrevivir en aquella lucha, que aún sin sentido, se llevó su
vida.
Hoy,
anciana y coja, sabe que en la guerra todos pierden, los que vencen y los que
no. Esa viejecita ya no llora, ni suda con ira en su sangre, y a pesar de no perder
sus tristes recuerdos, se deja llevar por la paz del momento.
A
veces la vida se nos escapa, pero aun sin vida podemos brindar por volver a
reencontrarnos con ella, pues esta ocupa su sitio, el cual podemos hallar
mientras la energía fluya bajo el mismo cielo.
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