Tengo la costumbre de observar a las personas por
dentro mientras hablo, intentar descubrir que hay detrás de su apariencia, de su mirada, de
sus palabras. No es que las analice, o tal vez sí… ¡Sí! Eso es exactamente lo
que hago. Aunque no siempre acierto en mi interpretación.
No os ha pasado nunca que después de conversar con
alguien a quien os habéis encontrado en la acera os dais cuenta de que no le
habéis permitido decir nada, de que solo vosotros habéis sido los que opinabais
sobre aquello que ocupaba tú pensamiento cuando se produjo el agradable
encuentro. A mí me ha sucedido alguna vez. Y también de esos encuentros se
aprende. Verbalizar lo que se piensa lleva muchas veces a una solución. En
cambio, cuando se escucha podemos darnos cuenta que cuando nos relatan sus
desavenencias por un lado, descubrimos que no somos los únicos que sufrimos.
Por otro, si lo que comparten son sus triunfos, nos alegramos al interiorizar
que la felicidad es posible.
Aunque no debemos desprender de nuestra boca
palabras expresando lo que nos frustra en cada tropiezo. Los secretos son
momentos que reservas con aquel que te va a entender y respetar. Un secreto es
un secuestro de un pensamiento que otra persona tiene en su poder y puede
volverse en tu contra.
Las ilusiones se expresan a los que te importan,
aquellos a los que sientes cerca. Mientras unos son felices pero viven
momentos de tristeza, otros son desgraciados y tienen bastantes ocasiones en
las que se sienten contentos. Yo no sé a que grupo pertenezco. Y no temáis a
expresar vuestros sueños. No es posible ser feliz sin compartir las aspiraciones. Jesucristo
creo que lo que quiso decir antes de visitar el calvario fue: “Soñad que seréis
recompensados”.
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