Esta tarde recé por ti. Por mí ya lo hice ayer. Le
pedí al que nos protege que no se
olvidara de aquellos deseos por los que luchamos y esperamos con anhelo que se
cumplan. Ha escuchado mi plegaria, de eso estoy convencida.
Antes no rezaba, le imploraba que sucediera todo de
la manera que yo creía que me iba a hacer feliz. Mas tarde aprendí a dejar en
sus manos la decisión de que era lo
mejor para mí. Hoy no supliqué, hoy recé. Y no busco una señal que me indique
que me ha escuchado. Simplemente confío en Él.
Dediqué una pequeña parte de mi oración a las
ánimas del purgatorio, donde creo que terminaré yo, junto a aquellas almas
perdidas que han de continuar buscando su sitio.
Y confieso que sí pedí para que no haga desaparecer
la impulsividad que me caracteriza, que no me quite las ganas de sincerarme con
el mundo que me dio. Puso en mis manos la fortaleza necesaria para no temer
confesar mis miedos y, aunque intento silenciar aquello que puede dañar no
siempre lo consigo. Y reconozco que a veces el arrepentimiento inunda mis solitarias noches de insomnio.
Cambiamos como las mareas y la opinión de hace unos
meses no es la misma que ahora. Por eso a veces mi intento por sincerarme puede
interpretarse como una mentira. Pero no es así. El espesor de mis ideas se
tambalea entre un pensamiento ya trasnochado y otro actual sincero.
La tradición de rezar no rompe con los destinos que
el Ilustrísimo nos tiene preparados, pero sirve para que nos ayude a que esos
pequeños sueños se cumplan. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario