Somos indigentes, pidiendo que las
Navidades pasadas regresen. Los días en que Papá Noel no existía y hacían
presencia en nuestras vidas la figura de los abuelos en su lugar. No tengo nada
en contra de ese ser de barba blanca, pero los abuelos significaban mas que
toda la ilusión que un niño pueda tener ahora por el presente que aquel plebeyo
ofrece.
El duelo de pasar la Navidad sin
poder abrazar a un ser querido se comparte entre los que vencen la tristeza
sintiendo cerca a los nuevos miembros de la familia. Los mas pequeños no
entienden de melancolía. Cubrimos nuestros recuerdos con la ilusión de las
nuevas generaciones. Pero el poder de
los recuerdos acecha en la mesa y, el dulce sabor amargo de la Noche Buena
se palpa en esa vela encendida que da cuerpo a las pesadas almas del pasado.
El pino encorsetado con los adornos
y el espumillón…, las guirnaldas y las luces de colores, parpadeantes como la
felicidad en la Navidad…, parpadeante. La vida pasa entre el olvido el resto del
año, pero en diciembre, admirablemente, la sociedad se conmociona y brinda
homenaje a sus recuerdos.
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