No convoco el pasado al
recordar un alter sentarse a mi lado. No presté atención a su causal sexo.
Llegaba con una reciente amiga. Soltó sus labios para despedir un saludo, y
aunque lo escuché y con cortesía actué, mi ego no detuvo a sus pensamientos.
Otro día distinto y
posterior al antes descrito, aquella persona transparente acompañó a la misma
mesa que yo. Y así, cada vez que el Sol, la estrella mayor, se ponía, yo me
cubría con las mantas de la experiencia de haber compartido con ella un café.
No soy capaz de
redactar la palabra justa con la que logró abrir mis ojos a ella. Desde
entonces la he visto a menudo, y aunque se me escape el indómito verbo, no está
en el la esencia sino en las agradables e inevitablemente mudables
consecuencias; un puente, (un lazo), entre sus humanas vivencias y las mías,
también sinceras.