Esta vida a la que nos
aferramos no detiene su paso al caminar. En la unión de unos rápidos segundos
puede transformarse nuestra camisa blanca en un pozo de vino tinto, como el
amor se puede desvanecer ante el miedo de vernos comprometidos por azar.
Queremos ser dueños de
nuestro destino e ignoramos que este ya está escrito. Rompemos en sollozos si
no vemos cumplidos nuestros deseos y es que deseos, en realidad, solo hay uno:
no sufrir en el futuro.
Construimos sueños para
lo que nos deviene y olvidamos disfrutar del momento aunque sea solo con
nosotros mismos. Luchamos en el presente por un futuro que ya está siendo
producto del pasado. Reímos si nos evadimos del “ahora” y no somos conscientes
de que este “ahora” es lo que somos.
Desencantados a veces
nos dejamos llevar por una corazonada que no es tal, sino el deseo
incontrolable de cumplir los sueños que creemos merecernos sentir. No nos comamos las
migajas de nuestro camino, es mejor esperar a ver la hogaza de pan que adorna
nuestros quehaceres cotidianos. Sí, amigos, es mejor aceptar lo que ya está
escrito.
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