domingo, 5 de febrero de 2017

PRIMER Y UNICO AMOR


Érase una vez un joven muchachito llamado Valentín, que habitaba en un mundo subterráneo llamado Tierra, donde desde joven triunfó por ser siempre vencedor de los duelos a los que se presentaba, por ser siempre triunfador de aquellas batallas que presenciaba. Fue su modo de ganarse la vida. Con ello recibió remuneraciones y demás premios que le servían para lucir espadas de materiales preciosos.

            Para Valentín el amor era algo abstracto, incomprensible para su mente al no ser experimentado. La osadía cultivada y engrandecida por sus glorias le había hecho aversivo del buen sentir. Sentir que desconocía, sentir que no vivía. Utilizaba a las mujeres para su placer, no sentía por ellas afecto ni ternura, pues tampoco el ponía un diminuto, tan si quiera, interés para, ya no pido entregar su corazón, sino que digo sentir por ellas algún cariño. Su ley parecía el desamor y ante él todos asentían.


            En otro mundo donde se ponían las nubes el de Valentín, allí en lo alto, vivían princesas y príncipes que compensaban sus puros y lícitos amores haciéndose abstemios de la lujuria, privándose de actos puntuales que les permitían vivir en ese mundo: Experiencia.

            Cierto día una princesita, hija del rey Paz y de la reina Amor, se mezcló entre los árboles del bosque y sin esperarlo halló un pozo sin fondo. Al intentar descubrir si el fondo no existía o eran sus sentidos los que no lo percibían, se inclinó y un lazo que retenía su cabello unido, se liberó. La princesita llamada Celestina quiso recogerlo al vuelo, pero su apero fue absorbido por aquel agujero negro. El lazo cayó al mundo Tierra en las manos de un herrador. Éste comprendiendo que venía del mundo Experiencia a su poderdante principal se lo entregó. El poderdante obligado por la ley de la “no-gravedad” tenía que devolverlo y a Valentín envió.

 
            Días pasaron, mientras Valentín cabalgaba en su robusto caballo negro, antes de alcanzar el palacio donde el rey Paz, muy amablemente, le adentró en su castillo. Le hizo partícipe de su manjar. Manjares que no eran sabrosas comidas, ni buen vino, ni mujeres de usar y tirar; sino esencias, palabras… Valentín no lo entendía. Era otra lengua la que  hablaban. Tenía que traducir los actos por los verbos y los gritos por gestos. En este mundo donde su osadía era aprensiva, donde su atrevimiento se tornó timidez y su fuerza en la lucha, asustadiza, allí recibió la condecoración por haber devuelto el lazo perdido de la princesita Celestina.

 
            Una mañana a las once, cuando el Sol calentaba en el corazón del mundo Experiencia, Valentín fue coronado. (En ese mundo no existía la idolatración decían, sino hubiera sido idolatrado.) Puso Don Cupido, de gran prestigio en aquel mundo, una corona revestida con laurel en la cabeza un poco inclinada de Valentín, que con un lento movimiento de ojos la alzó y pararon en un suave gesto, delicado, que transmitía para él cierta envidia: Fue un gesto de virginidad.

            Aquella jovencita que felizmente gesticulaba se llamaba Sencillez. Valentín buscaba un verbo para describir la sensación tan placentera que en su interior vivía. Era un sentimiento inmaterial, algo por él desconocido. Todos aquellos galardones no le habían hecho ir tan alto como en ese momento estaba. Valentín se enamoró.


            Valentín siguió a su instinto, Sencillez a su corazón, ninguno de ellos a la razón. Camuflaron la presencia de aquel caballero en ese mundo mientras los secretos sobrevivieron. Fueron dos cómplices del amor. Sus caminos forzadamente se habían unido.

            Camuflaron la existencia de Valentín en el mundo Experiencia pues a nadie le estaba permitido estar en el si no le correspondía. El Señor Sabio, que lo sabía todo, les ayudó. Y de esa unión fue engendrado Igualdad. Fue un niño muy feliz, pero en su adolescencia, el Señor Sabio cometió un error, se confesó de lo que por él era sabido a su íntimo amigo Ingenuidad. Ingenuidad no sabía callar  y pronto se descubrió el velo de la intimidad. Se formó un gran alboroto y la Guardia Real, conocida como Las Plaquetas, le dieron “algo” llamado su merecido. Aún no existiendo guerras, si había leyes, que al no ser jamás incumplidas, por ser una forma de vida, no era preciso usar la fuerza.

            Tras la “paliza” a Valentín, éste asintió ante su destino y permitiendo lo que él creía injusto, se despidió de Sencillez una noche en clandestinidad.

            En el camino de regreso se hallaba afligido por la pena y la desdicha, pero al cruzar el umbral de su mundo natal volvió a ser emprendedor. Su trono le esperó.

            Igualdad quedó sepultado en los fondos del mundo Experiencia y al mismo tiempo inhumado en las nubes del mundo Tierra. Él no entendía y prefirió dormir entre Tierra y Experiencia esperando comprender lo desigual, esperando decidir en cual despertar.

            Sencillez y Valentín, cada uno en su mundo como estaba escrito en un principio, pues la naturaleza era irracional y no quiso alterarse, se recordaron mutuamente cada mañana, cada tarde, cada día y cada noche. Sencillez, sin lágrimas se alegró de haber conocido el amor. Valentín siguió cultivando glorias y trofeos. Y los dos amaban lo que había surgido al haberse conocido: Igualdad.

            Cada vez que uno de los dos retrocedía el pensamiento al pasado vivido en común les aparecía en el cabello un nuevo pelo blanco. Asi, pronto, canosos los dos, murieron con la dicha de habérseles presentado el amor. Fueron primer y único amor.

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