Nos
marcamos un pequeño horizonte tras el que se esconde un gran deseo de obtener,
aún sin esfuerzo, aquello para lo que creemos haber nacido. O confiamos mucho
en el destino o la niebla nos rompe la intuición de que el mañana será
prometedor.
Opinamos
dañando o animando al prójimo. Influimos en lo que él ya no considera destino.
¿Por qué ensordecer los impulsos que nos vienen de dentro a cambio de los
dardos envenenados que nos son lanzados, o simplemente por nosotros recogidos,
en esos ambientes hostiles que dejan atrás las motivaciones innatas?
Esperamos
que todos apoyen nuestros sueños. Muchos lo hacen. Y todos somos pequeños
soñadores por muy grandes que estos sean. Las nubes me lo demuestran. Sí, cada
ilusión, aparentemente escondida, se refleja en el cielo. La mirada detrás de
la túnica no oculta la luz de los vivos ojos ante la imaginación, que no sacia
su apetito por el simple hecho de rendirse.
Consideré
dejar de escribir, pero hoy, después de varios alientos, unos pocos por
este blog y otros tantos por vía oral, mi paladar saboreo el pastel al que
dirigió sus pasos, lentos…, casi imperceptibles, pero siempre guiados por la
necesidad de compartir lo que esconde mi mirada.
Olvidar
lo que cobra sentido dentro de uno a veces es más fácil que enseñarnos a buscar una forma eficaz de echar fuera lo que nos invade. Ser frío e impasible es
quizá un estilo de vida que no aporta sufrimiento y desconozco si alegrías. El
vivir intensamente delirios que nos llenan de felicidad es tal vez lo que me
define. Y no he de renunciar al derecho de soñar.