Todos necesitamos ese argumento al que llaman “sentido”
para levantarnos cada mañana y no perdernos entre los dos polos del abismo,
nuestro adversario de mala voluntad, y la presencia embriagadora de que todo
está hecho ya. Cuando se buscan estos dos extremos hallamos la intención de
volver a empezar, copiando lo que más nos gustó del ayer e intentando cambiar
lo que deseamos alcanzar y todavía no está entre nuestras manos.
Me hastía pensar que la empalagosa razón ha de
estar presente en todo lo que hacemos. A veces, algo irracional tiene más
sentido que luchar por comprender el significado de nuestras acciones.
No censuro aquel que poseído de alegría sabe que no
tiene que buscar más allá de sus pensamientos. Tampoco critico al que encontró el
sentido lúgubre del equilibrio y añora el vivir en la ignorancia que se aloja
en su arrogancia. Y por ende, tampoco maldigo a los que pasan de un extremo a
otro con la intención de entenderse a si mismos.